¿Es un caso único? Todos sabemos que no. La falta de control en las gradas no solo campa a sus anchas en el deporte profesional. Cada vez está más presente en el deporte infantil.


¿Cómo entender lo que sucede? Nos indignamos al conocer casos de violencia de género o maltrato físico, pero este tipo de agresividad no se censura del mismo modo, aunque las víctimas sean los propios niños. ¿Somos conscientes de las repercusiones?
Un comportamiento habitual
Numerosos estudios señalan que la violencia está cada vez más presente en el deporte infantil. F. Gimeno especialista de la Universidad de Zaragoza lo confirma. Los comportamientos no-deportivos de mayor incidencia en el deporte infantil no son los causados por los deportistas sino las agresiones verbales de padres y espectadores.
Y es verdad. La actitud de muchos familiares en los campos es más propia dehooligans que de personas volcadas en que los niños disfruten. ¿Cómo llegan a ello?


En el fondo todos contribuimos un poco a esta situación. Sobre todo, cuando a veces justificamos estos comportamientos y los achacamos a la emoción del partido. Estamos equivocados. Estas personas causan daño; y necesitan ayuda.
El ser humano posee estructuras suficientes para controlar tensión. El autocontrol se imita, se aprende, se contextualiza y afianza con el uso.¿Y si hay ámbitos que permiten el descontrol? Pues sucede que las estructuras cerebrales y el sistema emocional responsable del autocontrol no se activará en esos contextos. Y cada vez lo hará menos. Gandhi no era psicólogo pero entendió claramente que “la violencia es el último recurso del incompetente”.
¿Qué efecto tienen estos comportamientos en los niños?
Un niño que escucha mensajes de descrédito en boca de su padre (o madre), deberá afrontar emociones muy negativas como vergüenza, frustración o dolor. Decepcionar a los seres queridos es horrible, y aún peor si se escucha delante de todos.
Otros niños acaban perdiendo el respeto o la admiración por sus padres. Otros se desmotivan o quieren abandonar la actividad. Pero la mayoría llega a algo peor. Acaban imitando ese tipo de comportamientos agresivos. Una pena.
¿Qué nos está pasando?


¿Qué nos pasa? Por qué extraña razón nos sentimos libres para insultar a futbolistas o menores en el campo pero nunca se nos ocurriría hacerlo a un actor en el teatro. ¿Somos conscientes del daño que generamos en los menores cuando hacemos esto?
Cuando ganar se convierte en la única meta la práctica deportiva pierde su sentido. Sin querer muchas veces somos culpables. Estudios realizados con niños en sus primeros años de práctica deportiva mostraron claramente sus motivaciones: divertirse, pertenecer a un grupo, hacer amigos; ganar no está entre ellas. Pero sabemos que con el tiempo adquirirán las de sus padres y entrenadores. En el fondo, qué preguntamos al llegar a casa :“¿te has divertido?”. Claro que no. La primera pregunta es: “¿habéis ganado?”
Debemos concienciarnos. El deporte es un instrumento educativo muy poderoso. En nuestro país, debiera ser una asignatura de muchísimo más peso. Otros, hace mucho que la han convertido en un pilar de su sistema educativo. El deporte en equipo enseña esfuerzo, sacrificio, responsabilidad, tolerancia a la frustración, trabajo grupal, solidaridad, respeto a los compañeros, a los jugadores de otro equipo, el valor del juego justo… Además desarrolla el estado físico, mejora la concentración, la estrategia….


Cuando hablamos de infancia y violencia seguimos siendo muy permisivos. Las cifras de violencia en los entornos donde se educan nuestros hijos siguen aumentando. Pronto serán adultos y muchos inevitablemente, serán fiel reflejo de aquellos con los que se relacionaron. Antes de que eso ocurra debiéramos plantearnos: ¿Podemos hacer algo para evitarlo?
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