
Guardiola lo define siempre con una frase: “Hemos defendido bien porque hemos atacado bien”. Traduzcamos: al viajar juntos e interpretar con corrección el juego posicional, los jugadores se encuentran en las posiciones adecuadas (juntos, agregados y cercanos al balón) en cuanto uno de ellos sufre una pérdida. Al estar cerca, la recuperación es sencilla y veloz. El desgaste es mínimo, pues deben recorrer muy pocos metros, de ahí que puedan hacerlo a máxima velocidad. Y el momento es el idóneo: el equipo rival no ha tenido siquiera tiempo de pensar en cómo reorganizar su fase ofensiva. Al atacar bien se defiende bien. Y, como digo, no es causa, sino consecuencia de viajar en cordada, estar juntos, generar superioridades y contextualizar la posesión del balón como una herramienta general.
Si cada jugador está en la posición idónea, resulta sencillo recuperar el balón tras perderlo. Se consigue con muy escaso desgaste físico, dado que los compañeros se encuentran muy próximos a quien lo ha perdido y, al estar situados muy arriba y cercanos, se logra otro efecto importante: consiguen orientar la salida del contrario en la dirección que le interesa al Barça. A cambio, y con la salvedad mayúscula de Leo Messi, el equipo renuncia, de manera intuitiva, al contragolpe. La concepción del juego blaugrana como cordada alpina solo permite de forma esporádica la acción del comando que contraataca. El mejor ejemplo de ello se dio en Milán hace varias semanas, cuando Abidal se olvidó de todo, lanzándose al galope tendido, hasta que comprobó que estaba completamente solo. Ningún compañero le había seguido en el contragolpe. Al contrario: le miraban sorprendidos desde lejos, como diciendo: “¿Dónde va este?”.
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