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miércoles, 9 de mayo de 2012

MI MADRE ENTIENDE DE FÚTBOL.



 “Mi madre encuentra la felicidad cuando yo la encuentro” 
Todo el que entiende de fútbol (así a ojo, unos 40 millones de españoles), opina sobre él. Mi madre me cuenta que desde pequeño lo que más me gustaba era el balón. Que he tenido una cierta habilidad, innata, que me ha hecho ser un destacado deportista. Con el tiempo y la costumbre mi madre, que ni siquiera ha sido aficionada, se hizo seguidora, a la fuerza, de este magnifico deporte.
A mi madre, ahora, le encanta el fútbol. Siempre que puede me lleva al parque o me acompaña al entrenamiento, con mis amigos. Allí donde nos formamos o nos forman como jugadores de fútbol de verdad. Nos divertimos mucho. Ella disfruta viéndome correr porque piensa que, algún día, puedo ser un gran jugador. A veces me dice que si me esfuerzo y tengo suerte algún club importante me va a fichar. Pero yo no quiero, le digo que prefiero quedarme siempre con ella, jugando en el parque o en la plaza.
No puedo quejarme de la madre que tengo. Nunca me falla en nada, me despierta, me hace el desayuno, me lleva al colegio, me aconseja y me cuida. Por eso yo le hago caso siempre, aunque no me guste lo que me diga. A veces quiero seguir jugando en la calle y ella me dice que tengo que subir a casa a terminar los deberes, que hay clase al día siguiente. Se que debo hacerle caso, no me interesa que se enfade conmigo. Si quiero jugar al fútbol, las cosas son así.
Mi madre me lleva, por la tarde, al colegio una fruta, para que la tome antes de entrenar. No os podéis imaginar con el hambre que salgo de clase, y si tengo que esperar hasta después del entreno, no lo aguantaría. Además, cuando hago los deberes y necesito una mano es ella la que me ayuda a hacerlos y si termino antes de la hora permitida me deja bajar al parque. Es una buena manera de convencerme para que los haga todos los días. Y para que no falle nunca, claro. Porque si no los hago no puedo ir a jugar al fútbol.
Mamá sufre cuando juego en la calle, cada rato se asoma por el balcón para comprobar si estoy ahí. Los días que no tengo entrenamiento, me quedo en el parque con mis vecinos a jugar. Yo vuelvo siempre con arañazos, en la rodilla, en los brazos y la camiseta sucia y, a veces, rota. Ella siempre me cura las heridas y me manda a la ducha, mientras me prepara la merienda.
Los sábados, cuando jugamos en liga, sufre aún más. Viene a vernos jugar casi todos los partidos y yo me doy cuenta de que llega porque veo desde muy lejos esa inconfundible manera de andar que sólo le pertenece a ella. La semana pasada jugábamos contra el líder, todo el equipo había estado muy concentrado durante la semana. Habíamos recibido la visita en los entrenos de varios educadores de otros equipos de la escuela, para animarnos, para sentirnos apoyados. Era el partido más importante de la temporada, porque si ganábamos, éramos campeones.
Momentos antes de salir de casa, mi madre me daba los últimos consejos: esfuérzate, lucha, no discutas, y lo más importante, disfruta. Ya en el campo, durante el calentamiento, siempre echo un vistazo a la grada hasta que la localizo. En cuanto la veo, me tranquilizo. Cuando ella viene juego mejor.
El partido fue muy emocionante. Nos podrían haber ganado porque tuvieron tantas ocasiones como nosotros, o incluso más. Tuvimos la suerte del campeón. Sufrí mucho. Cuando marcamos los goles la oía gritar en la grada como una loca. El árbitro pitó el final y el 2-1 fue el resultado, podían escucharse los gritos de todos los padres. Al terminar el partido mamá lloraba tanto como nosotros. La busqué y nos abrazamos, pero no dijo nada, no podía. ¿Acaso no estaba feliz por el triunfo del equipo?. Claro que sí, estaba incluso más contenta que yo. Se acordaba de todo lo que nos había costado ganar el campeonato, de todas las tardes de esfuerzo, de llegar a casa de noche y aún tener que estudiar, de acostarme tarde, de renunciar a salir con mis amigos por el partido del día siguiente, de esos días en los que ha ido sacando tiempo de donde no lo tenía para ver como su hijo le daba patadas al balón y estar junto a él, de secar rápidamente la ropa mojada del entrenamiento del día anterior para que pudiera usarla, por ser esa fiel seguidora que mi hijo necesita y de tantas y tantas cosas. De todo eso se acordaba mi madre y por eso no podía hablar.
Aunque, a ella antes no le gustara el fútbol, me sigue por varias razones. Primero: para animar a su hijo. Segundo: para que podamos comentar el partido en casa. Y tercero: para que vea que el deporte es tan importante para ella como para mí.
La mayoría de madres escuchan las explicaciones de sus hijos, especialmente si se expresan con sinceridad y respeto. El dialogar con ellas acerca de lo que se te está permitido y lo que no y qué actividades puedes realizar requiere de un compromiso y entendimiento entre ambos. Lo más importante es que madre e hijo tengan confianza mutua.
Para mis compañeros, en el fútbol, como en casi todo, la victoria es lo más importante. Aunque a veces, ellos mismos piensan que (entre otras cosas) el ganar a toda costa ha perjudicado el fútbol base actual y donde si no ganas no eres nadie. Mis amigos futbolistas me miran como a un tonto cuando les digo que mi madre, aunque no entiende de desmarques de ruptura, controles orientados, desdoblamientos, aperturas a banda,  ni de fueras de juego, me dice que más importante que ganar es hacer deporte y divertirse. Ellos no me creen, pero yo se que mi madre tiene razón.
Mi madre sabe que el fútbol no termina conmigo, todavía nos queda el más pequeño de la casa, que acaba de llegar, y que hoy nos ha sorprendido con una pequeña patada a su pelota de peluche, con la zurda, igual nos sale un buen deportista. Y eso, para una entendida como mi madre, es lo más grande.

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