En el fútbol nos hemos empeñado en que un equipo se motiva mediante
psicólogos, charlas del cuerpo técnico, etc., pero hemos olvidado en que
los verdaderos motivadores son los jugadores en sí.
Jugadores que esporádicamente exhortan a sus compañeros motivándoles para jugar un partido; jugadores que, conociendo al equipo desde dentro, saben cómo tienen que motivarlo; jugadores que no conocen los aspectos de la psicología, que no saben cómo juega su rival, que no tienen el apoyo de miles de aficionados, pero que luchan por conseguir los deseados tres puntos semana tras semana.
Podríamos decir que esos jugadores son los que capitanean un equipo aunque nunca los veamos con el brazalete en el campo, pero sí los veremos luchando todos los balones, sacando la fuerza, el valor, necesarios para que el equipo empuje y haga su juego, ese juego al que llamamos fútbol.
Esas palabras, convertidas en hashtag, de #VamosRojos o amarillos o azules o verdes encierran en sí toda la fuerza que un vestuario tiene, todas las horas de entrenamientos, todas las charlas técnicas del míster que no valen para nada.
Esa frase es la que logrará sacar el guerrero que cada jugador, innato a su naturaleza del juego, tiene. Un guerrero que es capaz de atacar y replegarse en la misma jugada, con tal de ganar la batalla de los tres puntos.
Jugadores que esporádicamente exhortan a sus compañeros motivándoles para jugar un partido; jugadores que, conociendo al equipo desde dentro, saben cómo tienen que motivarlo; jugadores que no conocen los aspectos de la psicología, que no saben cómo juega su rival, que no tienen el apoyo de miles de aficionados, pero que luchan por conseguir los deseados tres puntos semana tras semana.
Podríamos decir que esos jugadores son los que capitanean un equipo aunque nunca los veamos con el brazalete en el campo, pero sí los veremos luchando todos los balones, sacando la fuerza, el valor, necesarios para que el equipo empuje y haga su juego, ese juego al que llamamos fútbol.
Esas palabras, convertidas en hashtag, de #VamosRojos o amarillos o azules o verdes encierran en sí toda la fuerza que un vestuario tiene, todas las horas de entrenamientos, todas las charlas técnicas del míster que no valen para nada.
Esa frase es la que logrará sacar el guerrero que cada jugador, innato a su naturaleza del juego, tiene. Un guerrero que es capaz de atacar y replegarse en la misma jugada, con tal de ganar la batalla de los tres puntos.
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